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Calibración de visualizadores. Parte III.

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En esta tercera entrega, nos sumergimos en los aspectos más prácticos de la calibración. Siempre partiendo del hecho de que cada modelo y fabricante trabaja sobre unos parámetros y criterios distintos entre sí.

Texto: Javier Saiz

Comencé esta serie sobre calibración de visualizadores con la descripción de las opciones de hardware y software disponibles a día de hoy. En el segundo capítulo, traté sobre las fuentes de patrones de calibración disponibles y los preparativos para el inicio de dicho proceso y nos quedamos con la sonda colocada sobre el panel y listos para comenzar a tomar medidas y hacer ajustes. En esta tercera entrega, entraremos ya en el proceso propiamente dicho, pero más que describir el orden de los pasos a seguir u otros aspectos generales relacionados con el mismo -algo que ya fue ampliamente tratado por mi compañero Javier Guerra en su guía sobre calibración de proyectores- me gustaría comentarles lo que he aprendido de mi experiencia a lo largo de estos últimos años de enfrentarme con un buen número de visualizadores de diversos fabricantes y distintas tecnologías, así como las principales lecciones que he extraído.

La primera conclusión que he obtenido en este tiempo es que, lejos de existir un estándar común de controles con los que ajustar la imagen en cuanto a su número, nomenclatura y funcionamiento, cada fabricante recurre a su propia “paleta” de éstos, que además varía en función de la categoría a la que pertenezca cada modelo. Existe cierto consenso en cuanto a controles básicos se refiere y es normal que su número y nombre sea bastante común (brillo, contraste, color, nitidez, tonalidad/matiz, retroiluminación), aunque su funcionamiento puede llegar a ser muy diferente en cuanto a granularidad y amplitud de ajuste. En el momento en que pasamos a otros más avanzados como los modos predefinidos, ajuste de la temperatura de color o CMS, la cosa cambia de forma sustancial hasta hacerse difícil encontrar similitud alguna. Con éstos últimos, los fabricantes son bastante más “creativos” a la hora de elegir sus nombres y la disparidad de funcionamiento entre ellos llega a ser muy, pero que muy grande.

Antes de empezar y como paso previo fundamental, al igual que en los proyectores es aconsejable desactivar el iris dinámico para poder ajustar con el negro con cierta consistencia, en los televisores es muy recomendable desactivar todas las funciones que lleven el apellido “dinámico”, “realce”, “mejora/mejorado”, “ampliado” ó “extendido”, etc., con las que es prácticamente imposible realizar una calibración medianamente ajustada a los estándares. Además, en muchas ocasiones, sus efectos son más dañinos que beneficiosos desde un punto de vista de la adhesión a las normas. También es importante prestar atención a los modos predefinidos. Les recomiendo que huyan de los que se llamen “dinámico” o similar, puesto que están pensados para llamar la atención del comprador en la tienda más que para un visionado doméstico exigente y exageran todas y cada una de las facetas de la imagen en busca de ese objetivo: sobresaturan los colores, “queman” los blancos, destruyen los primeros grises y exageran la nitidez. Lo más sensato, a priori, es seleccionar los modos “cine”, “película” u otros cuyo nombre sea similar, al partir éstos de valores mucho más razonables e incluso llegar a desactivar de forma automática algunas de las mencionadas funciones de “mejora” de la imagen. Recientemente, algunos fabricantes como Panasonic o LG han empezado a incluir modos predefinidos llamados THX o Profesional, con unos ajustes de partida muy próximos a los ideales, aunque el primero de ellos, con la contrapartida de ser un modo “cerrado” en el sentido de no ser ajustable más que en lo más básico por estar bloqueado el acceso a los controles avanzados. Si nuestro visualizador dispone de modos llamados ISF, serán esos los que elegiremos para calibrar nuestro equipo, ya que serán los que más opciones nos permitan y posiblemente los que tengan un mejor ajuste de partida. Si, además de lo anterior, el menú nos ofrece la posibilidad de escoger una temperatura de color, nuestra primera opción será “cálido” (o cualquiera que “suene” parecido) y no frío o estándar. La primera será casi siempre la que más se aproxime a la norma D65, mientras que con los otros obtendremos una imagen demasiado azulada.

Un enemigo del ajuste del negro es el denominado “negro flotante”, que tiene un origen en un mecanismo por el que, con el fin de mejorar el contraste percibido de la imagen, el panel aumenta o atenúa de forma global la iluminación del panel, complicando el ajuste. A la hora de calibrar, como ya vimos en la anterior entrega de esta serie, usaremos patrones APL para impedir la activación de estos sistemas y neutralizar el efecto negativo de estas funciones. Pero si deseamos tener una curva de gamma lo más plana y estable posible deberíamos, si se puede, desactivar ambas funciones permanentemente. Algunos paneles basados en Edge LED, como los Samsung, tienen la posibilidad de desactivar la atenuación global en el menú de servicio, mientras que en otros habrá que hacerse a su funcionamiento.

El proceso de calibración comienza con el ajuste del nivel de negro, que es la base sobre la que se asientan el resto de las propiedades de la imagen. Para ello, empleamos el control denominado “brillo”, que, todo sea dicho, tiene un nombre un tanto confuso dada su función. Sería mucho más apropiado el nombre de “nivel de negro” o incluso “brillo mínimo” si, por algún motivo, se quiere mantener el término actual. Este control debería aumentar la luminosidad mínima de nuestro visualizador, alterando la parte inferior de su rango de luminosidad (digamos que entre el 0% y el 40-50% de intensidad) sin afectar a otros parámetros de la imagen como grandes cambios en la curva de gamma, modificar la temperatura de color o aumentar la luminosidad de la parte superior del rango.

En cuanto a la forma de realizar el ajuste, permítanme que, puesto que Javier Guerra ya la describió perfectamente en su serie sobre esta materia, les remita a ella (Núm. 67, 05/2009) y pase a ampliarla con otros datos que creo que serán de su interés. Al ser un ajuste que se hace “a ojo” con los correspondientes patrones, su granularidad o precisión no son tan importantes como la de otros controles que se ajustan con la sonda haciendo esas características necesarias. Lo que sí es fundamental es hacer el ajuste en las mismas condiciones en las que habitualmente utilicemos nuestro visualizador. A diferencia de lo que sucede con los proyectores, en el caso de los televisores no es tan frecuente su empleo en condiciones de completa oscuridad, incluso en visionados “críticos”, siendo corriente dejar una pequeña luz en la sala. Si se hace el ajuste en diferentes condiciones de luminosidad o bien dejaremos el negro en un nivel demasiado bajo, con la consiguiente pérdida de detalle en las zonas oscuras de la imagen, o bien lo dejaremos demasiado alto, perdiendo profundidad en los colores y dejando la imagen “lavada” y falta de viveza.

Si en el paso anterior hemos fijado el límite inferior del rango de luz que mostrará nuestro visualizador, el paso siguiente consiste en fijar el límite superior, es decir, el nivel de blanco máximo. En función del tipo de tecnología utilizada por nuestro visualizador tendremos uno o dos controles para el ajuste del nivel máximo de blanco. En principio, el ajuste lo haremos recurriendo al control de contraste (otro nombre poco afortunado), y digo “en principio” porque en muchos paneles basados en LCD utilizaremos también el control de intensidad de retroiluminación, que puede recibir diferentes nombres según la marca de que se trate, buscando un equilibro entre ambos que nos permita alcanzar nuestro objetivo. Algunos paneles basados en tecnología de plasma, como ciertos modelos de Samsung, disponen de un control parecido al de retroiluminación de los LCD, que modifica la intensidad de iluminación de todo el rango de grises. De modo similar al control de brillo, un contraste bien implementado debería modificar de forma lo más homogénea posible las intensidades que van desde el 50-60% hasta el 100% sin afectar a otros parámetros, lo que no siempre ocurre. Por ello, jugaremos con la combinación de contraste e iluminación si disponemos de esa posibilidad.

En el caso de los televisores de tubo de rayos catódicos (TRC ó CRT en inglés) entrelazados, el nivel de blanco era sencillo de fijar a ojo, mediante un patrón que provocaba el “blooming” o desbordamiento de la luz más allá de los límites de una determinada silueta que provoca una clara pérdida de nitidez. La llegada de los paneles digitales que muestran la imagen de forma progresiva y además en alta resolución, ha complicado mucho el ajuste de este parámetro a ojo, al no existir el efecto “blooming”. Por este motivo, actualmente lo que se busca es una determinada intensidad de luz que varía en función de las condiciones de luminosidad de la sala. THX propone unos valores que se corresponden con los recomendados por la mayoría de los calibradores profesionales de ISF (Image Science Foundation). Por ejemplo, en condiciones de penumbra u oscuridad para paneles LCD el rango que se considera ideal oscila entre los 30 y los 50 fL (foot/lambert) que, traducido a candelas/m², vendrían a ser entre 103 y 171cd/m². Para paneles de plasma, TRC o retroproyectores la recomendación sería de entre 30 y 40fL (103-137cd/m²). Finalmente, para proyectores, el margen quedaría entre los 12 y los 16fL (41-55cd/m²). Para condiciones de mayor luminosidad en la sala se podrían aumentar estos valores en torno a un 20%. Como es obvio, para medir la luz emitida por nuestro panel es imprescindible usar un equipo completo de calibración o un fotómetro como alternativa menos recomendable.

Los valores comentados en el párrafo anterior son meramente orientativos y el valor real vendrá determinado por otros factores, como son la existencia de “clipping” en algún o algunos de los colores primarios, la comodidad visual o la curva de gamma final.

El modo de funcionamiento de los TRC y los plasmas les impide generar niveles de luminosidad molestos en la mayoría de los casos, si bien puede haber excepciones. Lo habitual en este tipo de visualizadores es que, a medida que aumenta el área de imagen con luminosidad alta, su fuente de alimentación no sea capaz de suministrar la energía suficiente y se vaya produciendo una leve atenuación del “brillo” de la imagen. Sin embargo, en los LCD esto no sucede y son capaces de llegar con facilidad a valores de luminosidad por encima de los 70fL (240cd/m²), que en un entrono oscuro sí que pueden llegar a ser molestos si estamos expuestos a ello un cierto tiempo. Más aun, puede darse el caso de que los valores recomendados sigan siendo excesivos para personas con mayor sensibilidad, por tanto, deberemos buscar un nivel que nos resulte cómodo y no nos produzca fatiga visual.

El “clipping” es un defecto que se produce cuando alguno de los colores primarios no es capaz de mantener su nivel parejo al del resto, “agotándose” a medida que aumenta la intensidad de luz. Si se produce este fenómeno, el color blanco tomará una tonalidad opuesta a la del color que nos falte, perdiendo su neutralidad. En caso de que nuestro visualizador padezca este problema, iremos reduciendo el contraste y/o la retroiluminación, hasta que logremos un equilibrio entre un nivel de luminosidad aceptable y una temperatura de color correcta (este punto lo trataremos en su sección de ajuste).

Tanto el ajuste del nivel de negro como el del nivel de blanco dan como resultado que nuestra curva de gamma sea más o menos plana y tenga un valor medio u otro. Como no todos los visualizadores tiene un control de gamma, será necesario ir probando valores y volviendo a medir hasta que lleguemos a una curva lo más plana posible y con un valor medio entre 2,2 y 2,35, según prefiramos mayor detalle en sombra o un negro más profundo pero menos detallado.

 

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