• Hits: 3391

MP3: Reflexiones a un estándar conocido

Ratio: 4 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio desactivado
 

A fecha de hoy, ¿tiene sentido comprimir tanto?

Texto: Alberto Gilabert

El tan conocido —como odiado— MP3 ha supuesto una revolución, sin duda alguna, en la manera de disfrutar de la música. Para unos, su ingenioso sistema de compresión ha permitido transferir económicamente archivos de audio de un lugar a otro o archivarlos en memorias estáticas y poder así llevarse la música consigo a cualquier parte; para otros, un sistema que ha permitido colocar más en el espacio de siempre; para muchos, una aberración acústica intolerable, un desastre empresarial absoluto, un derroche brutal de la música a favor de la basura.

Este artículo no intenta reflexionar sobre los beneficios e inconvenientes de los formatos de compresión de audio (también valdría para los de vídeo), más bien quiere incitar a reflexionar sobre el uso dado a ellos y sobre esa imperativa necesidad que, hoy en día, algunos insisten en imponer. El objetivo no es criticar simplemente la banalidad cualitativa de los formatos pues, como todos sabemos, consiguen una nada menospreciable reducción de la capacidad, aunque a veces a costa de una reducción más que notable de la calidad de audio.

Hay dos tipos básicos de compresión: los que destruyen y los que pueden recuperar perfectamente el “original” sin ninguna pérdida. Un ejemplo claro son ciertas abreviaturas que usamos comúnmente: “L” puede significar para muchos “lunes” (el primero ocupa 1 carácter, mientras que el otro 5). Si se conoce el contexto, podremos recuperar “lunes” de “L” sin perder nada de información. En audio, la señal original se compone de una señal sinusoidal (variable en el tiempo) totalmente continua. La cantidad de información por unidad de segundo es casi infinita, pero podemos aplicar ciertas “reducciones” de información sin temor a perder, en una restitución, información sonora. Esta señal analógica puede digitalizarse, siendo ésta, en cierto modo, una compresión (se eligen muestras a diferentes intervalos de tiempo). De hecho, los discos de CD-Audio, SA-CD y DVD-Audio no están exentos, por parte de audiófilos, de una crítica frontal por dicha compresión. Ahora bien, la historia ha demostrado que era necesaria mayor compresión. Bueno, de hecho no es que fuera realmente necesaria, pero aparecieron en el mercado numerosas aplicaciones capaces de reducir aún más estas señales de audio digital, siendo el MP3 su principal protagonista.



La necesidad del demonio



El MP3 es un sistema de compresión psicoacústico. A grandes rasgos, recurre a la información que está a nuestro alcance sobre cómo nuestros oídos escuchan y perciben los sonidos para reducir aún más la información necesaria para reproducir un sonido. Si nuestro oído es incapaz de escuchar a perfecto nivel una señal de 16 kHz, ¿por qué memorizar todas las señales por encima? Lo mismo con las bajas frecuencias. Y, ¿qué pasaría si aplicamos ciertas ecualizaciones que, a partir de frecuencias básicas, restituyan automáticamente otras frecuencias armónicas sin necesidad de incluirlas en el archivo final? La idea es buena y, en cierto modo, atrayente. De hecho, son muchos los fabricantes que han incluido e incluyen el soporte del MP3 en sus reproductores de CD y DVD-Video. Incluso productos de alta gama. Por algo será.

El éxito del MP3 (y de todos sus sucedáneos) reside en otras dos deficiencias: capacidad y ancho de banda.

Un disco CD-Audio permite registrar aproximadamente de 70 a 80 minutos de audio PCM, léase sin comprimir (amén de lo que hemos comentado sobre la digitalización de la señal continua). Si utilizamos el MP3, podemos multiplicar por diez esos minutos (evidentemente, perdiendo calidad de audio). Dicho de otra manera, un tema musical convencional puede pasar de los 10 Mb a 1 Mb. Este último archivo es mucho más manejable cuando queremos “transportarlo” en alguno de nuestros reproductores portátiles de memoria sólida. Éstos han permitido hasta ahora capacidades de 256 ó 512 Mb, rozando 1 Gb. Además, si queremos comprar un tema musical en línea, mediante nuestra red ADSL a 512 Kbps, es más atractivo elegir el archivo de 1 Mb que el de 10 Mb. El formato MP3 tiene, en cierta lógica, su sentido.



Nueva realidad



En el número pasado hemos analizado el iPod de Apple, exitoso reproductor que nos llega con un disco duro de hasta 60 Gb de capacidad. ¡60 Gb! A principios de noviembre, Telefónica confirmaba la finalización de la duplicación de todas las líneas ADSL, ahora con un ancho de banda básico de 1 Mb. En una tienda informática pude adquirir, sin ningún esfuerzo, un disco duro externo de una marca prestigiosa de 300 Gb de capacidad, por poco más de 100 euros y que se conectaba al PC vía FireWare (400 Mbps) o USB 2.0. ¿Para qué quiero yo el MP3?

Capacidad y ancho de banda poco a poco ya no son problema. No discuto que el MP3 ha supuesto un resurgimiento imprevisible de la moda “walkman” de los ochenta, siendo cada vez más habitual ver gente “musicalmente” independizada paseando por las calles. Pero quizá ya es el momento de pensar en las posibilidades que están a nuestro alcance (como las mejoras en capacidad y ancho de banda) para reducir, considerablemente, las, a veces, exageradísimas tasas de compresión que aplicamos a nuestros archivos digitales para apostar directamente por una mejora de la calidad.

La escucha musical es una afición que cada uno puede tomarse libremente, decidiendo qué pondera cuando se coloca delante de su equipo. Pero muchos, muchísimos, coincidimos en que, además, lo importante es conseguir una adecuada fidelidad de la reproducción.

Es fácil dejarse seducir por la alta capacidad de almacenaje de los nuevos reproductores portátiles (como el susodicho iPod) y optar, en un primer momento, por la capacidad en vez de la calidad. El programa informático que acompaña al dispositivo convierte en una tarea de niños extraer la información del CD-Audio, comprimirla y enviarla al reproductor portátil. Pero en algún momento u otro habremos decidido qué tasa de compresión queremos y qué formato. Así, es fácil ver auténticas discotecas con centenares de discos (y, por tanto, casi millares de temas musicales) en un aparato del tamaño de una cajetilla de cigarros.

¿Quién realmente ha escuchado todos los temas? Como, normalmente, escuchamos los mismos, de tanto hacerlo uno empieza a “notar” ciertas cosas que antes, con el CD-Audio, no ocurrían. ¿Me estaré quedando sordo? En realidad, lo más seguro es que de tanto escuchar los temas, las diferencias entre el original y el comprimido se hagan más evidentes (sobre todo si la tasa de compresión es brutal). ¿Aún interesa cantidad a calidad?